Álbum: Bendita locura
Música: Pastora Soler
Año: 2009
Tenemos la mala costumbre de querer a medias. De no mostrar lo que sentimos a los que están cerca. Tenemos la mala costumbre de echar en falta lo que amamos sólo cuando lo perdemos… es cuando añoramos.
¡Qué mala costumbre! Qué chafa que no seamos capaces de entregarnos por completo. ¿Por qué a medias? ¿Por qué no sin reservas y sin pena? ¿Por qué no le decimos a Dios que lo queremos sobre todas las cosas? ¿Por qué sólo corremos a sus brazos después de haber despilfarrado todos sus bienes, como el hijo pródigo? Qué bueno que regresemos a su abrazo después de cada caída… ¿pero por qué esperar al post-caida? ¿Por qué no adelantarnos a quererlo con todas nuestras fuerzas todo el tiempo?
Tenemos la mala costumbre de perder el tiempo buscando tantas metas falsas, tantos falsos sueños…
Perder el tiempo… no nos hagamos. Todos perdemos el tiempo con demasiada frecuencia. No necesariamente en cosas “malas”, pero si en tantas metas falsas y en tantos falsos sueños. Todo lo que no nos lleve a amar a Dios, a nosotros mismos (pero bien) o a los demás, es perder el tiempo.
Y así es: tenemos la mala costumbre de no apreciar lo que en verdad importa. Qué importante es buscar esos momentos de oración y reflexión personal para re-direccionar el rumbo: ¿qué es lo que en verdad importa? Para empezar, Jesús nos da un ejemplo clarísimo con sus amigas Marta y María: “María ha escogido la mejor parte [escuchar a Jesús] y nadie se la quitará”. Y nosotros, ¿damos a la oración esa importancia? ¿La importancia de la mejor parte de cada día? Cuando cuidamos esos momentos de intimidad con Dios… sólo entonces te das cuenta de cuántas cosas hay que sobran… y vuelve a sonar la voz de Cristo: “busca primero el reino de Dios, y por añadidura lo demás se te dará”. Cuantas cosas nos preocupan durante el día y durante la vida… para luego darnos cuenta de que no eran tan importantes como pensábamos. Quizá en eso consiste la madurez, en dar importancia objetiva a las cosas… y quizá eso se consigue dialogando con Dios: Dios mío, ¿importa mucho esto que me preocupa? ¿Es como para perder la paz o lo puedo poner en tus manos y descansar un poco? ¿Qué es lo que sí quieres que tenga en la cabeza cómo importante?
Y escucharemos que Jesús —y fíjate en la tranquilidad de su mirada— nos dice lo mismo: solo una cosa es importante… busca primero el reino de Dios… deja que los muertos entierren a sus muertos… tú ven y sígueme.
Renovamos la lucha de amor: hoy te daría los besos que yo por rutina a veces no te di. Hoy te daría palabras de amor y las caricias que perdí. Cuánto sentimos, cuánto no decimos y a golpes pide salir… Dale vueltas a esa última frase que está increíble: cuánto sentimos, cuánto no decimos… ¡y a golpes quiere salir! ¿Sientes eso mismo dentro de ti? Si no, pídele a Dios que te llene con este amor que desborda al cuerpo… y si sí, ¡déjalo salir! Emociónate mirando al sagrario o dándole besos a un crucifijo… ¡a golpes quiere salir!
Qué fuerte lo que sigue: escúchame antes que sea tarde, antes que el tiempo me aparte de ti… otra vez se nos presenta una imagen del cielo y del infierno… antes de que sea tarde. Tenemos miles de oportunidades en esta vida para escoger a Dios sobre todas las cosas, pero solo tenemos una vida para hacerlo. Una vida para decidir amar a Dios con hechos, no solo con intenciones y buenos deseos… antes de que sea tarde. Escucha a Dios que te llama, que también te quiere dar esos besos y esas caricias… antes que el tiempo me aparte de ti.
Finalmente, eso es el infierno. Se acaba el reloj de arena y nos quedamos cerca de Dios o nos apartamos de Él. De hecho, no es estático. Es más bien como si soltaras un astronauta en el espacio y le das un primer empujón… o se acerca constantemente al sol, cada día con más luz y más calor, hasta convertirse en fuego… O nos apartamos de Él, cada segundo un poco más… y más frío, y menos luz, y cada vez más aislado… antes que el tiempo me aparte de ti.
Pero como ya vimos: tenemos la mala costumbre de buscar excusas… y sigue la canción: para no desnudar el alma y no asumir las culpas.
Es de las malas costumbres que más arraigadas tenemos: la soberbia. Solo con dos buenas costumbres: humildad y sencillez, podríamos desnudar el alma y asumir las culpas. Nos falta valor para vernos en el espejo tal cual somos: con lo bueno y lo malo. Pero hacer eso es un punto de partida fundamental para mejorar. ¿Si no asumimos nuestras culpas cómo vamos a quitarlas? ¿Cómo vamos a librarnos de ellas? ¡Por eso tiene tanto sentido la confesión! Dios se muere de ganas de perdonar nuestras culpas, pero necesita que las reconozcamos… con humildad y con sencillez. Jesús nos invita a esa conversión del corazón todos los días: escúchame antes que sea tarde, antes que el tiempo me aparte de ti.
Ojalá cambiemos esa mala costumbre de no apreciar lo que en verdad importa… poniendo a Dios en primer lugar en nuestra vida, con cosas chiquitas… todos los días.
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